Desde el comienzo del curso los niños, atraídos por el agua, han aprendido a lavarse las manos en el lavabo. Esta semana comenzamos a hacerlo en esta preciosa estación a su altura, con jarra y cuenco de porcelana. Todos los niños pasan por una fase de exploración en la que muerden, chupan y lanzan objetos para conocerlos con los cinco sentidos, para probarlos con la gravedad, para investigarlos a fondo. Así los conocen, y no se les puede pedir que no lo hagan. Y entonces, cuando saben qué son y cómo actúan, descubren el cuidado. En ese momento pueden comenzar a tratar los objetos con delicadeza, y en vez de objetos para lanzar buscan objetos que cuidar, que les sirvan para perfeccionar sus movimientos. Poniendo a su alcance objetos bellos, delicados, que se rompen, que tienen valor, encuentran la posibilidad de ejercitar el refinamiento de sus movimientos, demostrarse a sí mismos sus logros en autonomía y sentir nuestra confianza en que son capaces. Y sí, pueden romperse, y ellos no querrán que pase, y será un punto de conciencia para ellos cuando ocurra, y querrán hacerlo mejor para que no vuelva a pasar, incluso se preguntarán qué hacer para arreglarlo. Nada de esto ocurriría con un material plástico o irrompible: no aprenderían la belleza, ni el cuidado, ni la precisión, ni el valor. Gracias Diana Hernández por el regalo, porque hacer algo de tanta belleza, con tanto amor, con tus propias manos y con toda la fragilidad, aporta una cantidad incalculable de valor, confianza y calor humano al ambiente.